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Con desgarro de nervios y de carne.
Toda la vida
de Jesús está dirigida a este momento supremo.
Ahora apenas logra
llegar, jadeando y exhausto,
a la cima de aquel pequeño altozano
llamado “lugar de la calavera”.
Enseguida lo tienden sobre el suelo y
comienzan a clavarle en el madero.
Introducen los hierros primero en
las manos, con desgarro de nervios y carne.
Luego es izado hasta
quedar erguido sobre el palo vertical que está fijo en el suelo.
A
continuación le clavan los pies.
María, su Madre, contempla toda la
escena.
El Señor está firmemente clavado en la cruz.
Había
esperado muchos años,
y aquel día se iba a cumplir su deseo de
redimir a los hombres (...).
Lo que hasta Él había sido un
instrumento infame y deshonroso,
se convertía en árbol de vida y
escalera de gloria.
Una honda alegría le llenaba al extender los
brazos sobre la cruz,
para que supieran todos que así tendría siempre
los brazos
para los pecadores que se acercaran a Él: abiertos (...).
Vio, y eso le llenó de alegría,
cómo iba a ser amada y adorada la
cruz,
porque Él iba a morir en ella.
Vio a los mártires, que,
por su amor y por defender la verdad,
iban a padecer un martirio
semejante.
Vio el amor de sus amigos, vio sus lágrimas ante la cruz.
Vio el triunfo y la victoria que alcanzarían los cristianos con el arma
de la cruz.
Vio los grandes milagros que con la señal de la cruz se
iban a hacer a lo largo del mundo.
Vio tantos hombres que, con su
vida, iban a ser santos,
porque supieron morir como Él y vencieron al
pecado.
Padre Luis de la Palma S.J.
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