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Carta de Juan Pablo II a la mujer.
[Hay que]… dar gracias a
la Santísima Trinidad por el "misterio de la mujer" y por cada mujer, por lo
que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las "maravillas
de Dios", que en la historia de la humanidad se han realizado en ella y por
ella » (n. 31), por lo que representan en la vida de la humanidad.
Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en
seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia
única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te
hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de
referencia en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes
irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de
recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que
aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las
riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser
mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión
del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.
Cuando el Génesis habla de « ayuda », no se
refiere solamente al ámbito del obrar, sino también al del ser. Femineidad y
masculinidad son entre sí complementarias no sólo desde el punto de vista
físico y psíquico, sino ontológico. Sólo gracias a la dualidad de lo «
masculino » y de lo « femenino » lo « humano » se realiza plenamente. Su
relación más natural, de acuerdo con el designio de Dios, es la « unidad de
los dos », o sea una « “unidualidad” relacional, que permite a cada uno
sentir la relación interpersonal y recíproca como un don enriquecedor y
responsabilizante.
A esta « unidad de los dos » confía Dios no sólo
la obra de la procreación y la vida de la familia, sino la construcción
misma de la historia.
San Juan Pablo
II
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