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Para ponernos a pensar...
 
Yo pequé mi Señor, y tú padeces...‏

Yo pequé mi Señor, y tú padeces;
yo los delitos hice y tú los pagas;
si yo los cometí, tú ¿qué mereces,
que así te ofenden con sangrientas llagas?
Mas voluntario, tú, mi Dios, te ofreces;
tú del amor del hombre te embriagas;
y así, porque le sirva de disculpa,
quieres llevar la pena de su culpa.

Pues en los miembros del Señor, desnudos
y ceñidos de gruesos cardenales,
se descargan de nuevo golpes crudos,
y heridas de nuevo desiguales:
multiplícanse látigos agudos
y de puntas armados naturales,
que rasgan y penetran vivamente
la carne hasta el hueso transparente.

Hierve la sangre y corre apresurada,
baña el cuerpo de Dios y tiñe el suelo,
y la tierra con ella consagrada
competir osa con el mismo cielo;
parte líquida está, parte cuajada,
y toda causa horror y da consuelo;
horror, viendo que sale desta suerte,
consuelo, porque Dios por mí la vierte

Alzan los duros brazos incansables,
y el fuerte azote por el aire esgrimen,
y osados, más y más inexorables,
braman con furia, con braveza gimen:
rompen a Dios los miembros inculpables,
y en sus carnes los látigos imprimen,
y su sangre derraman, sangre dina
de ilustre honor y adoración divina.

Yo pequé, mi Señor,
y Tú padeces...

Fray Diego de Hojeda