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Calladitos, pero...
Tengo un tesoro tan grande, querida hermana…
Quisiera dar gritos de
alegría y decirle a toda la creación…, alabad al Señor…, amad al Señor…,
es tan bueno, es tan
grande…, es Dios. […]
El mundo no ve; es ciego
y Dios necesita amor, mucho amor.
Yo no puedo darle todo,
soy pequeño, me vuelvo loco.
Quisiera que el mundo le
amase, pero el mundo es su enemigo.
Señor, qué suplicio tan
grande; yo lo veo y no lo puedo remediar…
Yo soy muy pequeño,
insignificante, el amor que te tengo me abruma.
Quisiera que mis
hermanos, mis amigos, todos, te amasen mucho, […].
Qué pena da el ver a los hombres que,
al ver pasar a la
comitiva de Jesús y sus discípulos, permanecen insensibles…
Qué alegría tendrían los apóstoles y los amigos
de Jesús,
cada vez que un alma veía claramente, se
desprendía de todo y se unía a ellos
y seguía al Nazareno,
que lo único que pedía era un poco de amor.
¿Vamos nosotros a
seguirle, querida hermana?...
Él ve nuestra intención
y nos mira, se sonríe y nos ayuda…
Nada hay que temer.
Iremos para ser los
últimos de la comitiva que pasa por tierras de Judea,
calladitos, pero
alimentados con un amor enorme, inmenso a Jesús…
Él no necesita ni
palabras, ni ponernos a su alcance para que nos vea,
ni grandes obras ni nada
que llame la atención…
Ser los últimos amigos
de Jesús,
pero los que más le quieren.
San Rafael Arnáiz Barón (1911-1938), monje
trapense español. Carta a su tía, 16/11/1935.
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