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Para ponernos a pensar...
 

    Ante el Cristo de la Buena Muerte.
    José María Pemán


    Santísimo Cristo
    de la Buena Muerte
    Parroquia de San Agustín,
    Cádiz, España

    ¡Cristo de la Buena Muerte,
    el de la faz amorosa,
    tronchada como una rosa,
    sobre el blanco cuerpo inerte
    que en el madero reposa.
    ¿Quién pudo de tal manera
    darte esta noble y severa
    majestad llena de calma?
    No fue una mano: fue un alma
    la que talló tu madera.
    Fue, Señor, que el que tallaba
    tu figura, con tal celo
    y con tal ansia te amaba,
    que, a fuerza de amor, llevaba
    dentro del alma el modelo.
    Fue, que, al tallarte, sentia
    un ansia tan verdadera,
    que en arrobos le sumía
    y cuajaba en la madera
    lo que en arrobos veía.
    Fue que ese rostro, Señor,
    y esa ternura al tallarte,
    y esa expresión de dolor,
    más que milagros del arte,
    fueron milagros de amor.
    Fue, en fin, que ya no pudieron
    sus manos llegar a tanto,
    y desmayadas cayeron...
    ¡y los ángeles te hicieron
    con sus manos, mientras tanto!

    Por eso a tus pies postrado;
    por tus dolores herido
    de un dolor desconsolado;
    ante tu imagen vencido
    y ante tu Cruz humillado,
    siento unas ansias fogosas
    de abrazarte y bendecirte,
    y ante tus plantas piadosas,
    quiero decirte mil cosas
    que no se cómo decirte...
    ¡Frente que, herida de amor,
    te rindes de sufrimientos
    sobre el pecho del Señor
    como los lirios que, en flor,
    tronchan, al paso, los vientos!
    Brazos rígidos y yertos,
    por tres garfios traspasados
    que aquí estáis; por mis pecados
    para recibirme, abiertos,
    para esperarme, clavados.
    ¡Cuerpo llagado de amores,!
    yo te adoro y yo te sigo;
    yo, Señor de los señores,
    quiero partir tus dolores
    subiendo a la cruz contigo.
    Quiero en la vida seguirte,
    y por sus caminos irte
    alabando y bendiciendo,
    y bendecirte sufriendo,
    y muriendo bendecirte.

    Quiero, Señor, en tu encanto
    tener mis sentidos presos,
    y, unido a tu cuerpo santo,
    mojar tu rostro con Ilanto,
    secar tu llanto con besos.
    Quiero, en santo desvarío,
    besando tu rostro frio,
    besando tu cuerpo inerte,
    llamarte mil veces mio...

    ¡Cristo de la Buena Muerte!



    Y Tú, Rey de las bondades,
    que mueres por tu bondad
    muéstrame con claridad
    la Verdad de las verdades
    que es sobre toda verdad.
    Que mi alma, en Ti prisionera
    vaya fuera de su centro
    por la vida bullanguera;
    que no le Ileguen adentro
    las algazaras de fuera;
    que no ame la poquedad
    de cosas que, van y vienen;
    que adore la austeridad
    de estos sentires que tienen
    sabores de eternidad;
    que no turbe mi conciencia
    la opinión del mundo necio;
    que aprenda, Señor, la ciencia
    de ver con indiferencia
    la adulación y el desprecio;
    que sienta una dulce herida
    de ansia de amor desmedida;
    que ame tu Ciencia y tu Luz;
    que vaya, en fin, por la vida
    como Tú estás en la Cruz:
    de sangre los pies cubiertos,
    llagadas de amor las manos,
    los ojos al mundo muertos,
    y los dos brazos abiertos
    para todos mis hermanos.

    Señor, aunque no merezco
    que tu escuches mi quejido;
    por la muerte que has sufrido,
    escucha lo que te ofrezco
    y escucha lo que te pido:
    A ofrecerte, Señor, vengo
    mi ser, mi vida, mi amor,
    mi alegria, mi dolor;
    cuanto puedo y cuanto tengo;
    cuanto me has dado, Señor.
    Y a cambio de esta alma llena
    de amor que vengo a ofrecerte,
    dame una vida serena
    y una muerte santa y buena.
    ¡Cristo de la Buena Muerte!